¿Cuándo es una forzada estructura y cuándo es devoción poética? En días rimo trabajadas palabras en una sinfonía dictada desde el interior de mi cabeza. En otros, la estructura me enloquece y solo... grito.
Las sandeces de la humanidad enloquecen al corazón de quien, sin querer, llegó antes y en otra vida en la hoguera terminó. En esta le enloquecen los carros, la plata, la hipocresía, las veredas, las pistas, el egoísmo, las millones de máscaras y la ridícula política. ¡Que se pudra la discriminación, que se pudra el odio no constructivo!
¡Qué se grite desde lo alto que en esta vida (así como está) uno está condenado a perder la dignidad! SI tienes suerte te verás arrodillado poquísimas veces, o quizás toda la vida sin ni siquiera darte cuenta.
¡Condenada desesperación que invade a todos aquellos que les excita la filosofía! Somos quiénes nos damos cuenta de lo indignante que es existir en un mundo donde el “QUIÉN (ojo, no QUÉ) soy“ no tiene ni la menor importancia. Condenada al dolor y a la iluminación, al ardor y a la reflexión. ¡Pues sí! Así lo escogimos, así será. Me niego a no pensar. Pisemos descalzos la tierra que nos alimenta. Soñemos, viajemos a planos astrales con sus dragones y luchas imaginariamente sangrientas contra el mal.
¡En viajes esculpe tu memoria con embriagantes paisajes! ¡Qué nadie tema insultar las mugrientas acciones de quienes matan por dinero! ¡Qué nadie nos imponga qué no podemos meternos al cuerpo si contamos con razón! ¡Razón! ¡Qué bella palabra que nos permite ver el retrato de un sistema financiero al borde de la destrucción!
No te atrevas a negar el dolor, si caes es para escalar mejor. ¡No olvides que la muerte te enseñó a ti a vivir!