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domingo, 20 de marzo de 2011

temblorosa ante el adiós



¿Es real este tumulto en mis entrañas?
Podría realmente, desaparecer en un intento por volver.
¡Siempre desvaneciéndome!
En un desorden inquebrantable,
¿Cómo vivir si mi alma no vive?
¿Cuerpo? ¡qué cuerpo ni qué razón!
¿De qué servirá si ya con nada puedo soñar?
¡Si hasta mi mitad del delirio se cansó!

En interminables lágrimas reposa mi dolor.
De manera infinita, desenvainé mi inestable corazón.
Y crueles tus ojos se agitan, hacia un adiós inesperable.
¡Colosalmente inexplicable!

¿Cómo seguir viviendo creyendo en la ajena bondad?
¿Es hora de saltar lejos del acogedor firmamento?
O volar quizás, más alto que nunca.
Buscando la verdad.
Inclusive si las heridas se olvidan para siempre de cicatrizar.

Un hada está triste




Me contaron que un hada andaba triste por la ciudad,
Ya que pocos de los suyos sobrevivieron el tumultuoso camino,
porque se topó con increíbles decepciones.
Triste. Por un soñar excesivo,
por no querer aceptar “la realidad”.

Desorientada,
en la gigantesca metrópoli se perdió,
No sabía qué decir,
No sabía a dónde ir.

Por ello decidió marcharse,
Lejos del sinsentido,
A un recóndito y mágico bosque.
Donde reinara la fantasía.
Donde nadie más pueda partirle el corazón.

Me contaron que meditó al respecto,
Le invadió la nostalgia, en efecto.
El miedo del adiós forzado,
De las manos congeladas.
De la posible demencia.
Con sus lágrimas formó un rio entero.

Desesperada, gritó ensordecedores truenos,
Lanzó rayos de rebeldía.
Dejó atrás aquella estúpida inocencia.
Y finalmente, pegó aquella curita a su corazón.

Cuando percibió que el mundo,
sin querer, ella estremeció…
Su hogar por fin encontró,
En las saladas aguas que su dolor generó.
Pues allí estaba su sustento,
En el permanecer auténtico,
En el dolor ingenuo.
En la fuerza de su bondad.

Fue entonces,
que aún con su sinceridad de niña,
Volvió a amar,
esta vez, aseguró ella, para siempre.

viernes, 4 de marzo de 2011

Taita




Extraño tu aroma de hierbas y tabaco,
Tu amor, tus gigantes lentes y tu sonrisa.
Ahora ya ningún cristal me protege,
De esa endemoniada enfermedad,
Del inminente “y nunca más”.

Ahora entiendo el dolor de tu mirada,
Sabiendo que pronto ya no estarías.
Y mil perdones por ser niña,
por no comprender cuánto te extrañaría.
Por ausentarme,
Por negarme a ver lo que dolía.

Daré todo de mi,
para que estés orgulloso siempre,
desde donde sea, por donde vayas.

Si pudiera acercarme a aquél sillón,
Inundarte de abrazos y filosóficas reflexiones…
Jugar con tu gorrita de paja y decirte apropiadamente adiós,
No tengo idea de qué te diría.
Solo sé que no me permitiría llorar,
Pues al sonreír, así me debes recordar.